sábado, 27 de junio de 2015

Grecia: Una deuda imposible

Grecia: Una deuda imposible

El Heraldo (Colombia)

Las negociaciones con Grecia obvian el hecho de que una reestructuración de la abultada deuda es inevitable. Se podrían condonar los intereses, por lo menos.
Tras meses de arduas negociaciones entre Grecia y sus acreedores –los países socios en Europa y el Fondo Monetario Internacional–, esta semana estamos viendo el desenlace final de esta tragedia agónica sobre el rescate del país mediterráneo donde nació la democracia. El gobierno de Alexis Tsipras finalmente cedió en algunas de sus supuestas líneas rojas, como prolongar la edad de jubilación hasta los 67 años o subir los impuestos indirectos.
A cambio, la Comisión Europea, el FMI y los países que han financiado los dos paquetes de rescate multimillonarios están dispuestos a bajar un poco las exigencias de ahorro público. Ahora les basta con que Grecia logre un superávit presupuestario primario –sin contar el coste de los intereses de la deuda– del 1% anual de su Producto Interior Bruto (antes pedían un excedente del 4%). Sin embargo, parece que se está evitando una vez más afrontar una reestructuración profunda de la astronómica deuda griega que llega a equivaler al 170% del PIB, tal y como piden muchos economistas.
El ministro heleno de Finanzas, Yanis Varoufakis, comenzó un artículo que publicó el domingo pasado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el influyente diario conservador de Alemania, con una anécdota. En una visita reciente a Berlín para ver a su homólogo Wolfgang Schäuble, un funcionario del Ministerio de Hacienda alemán le preguntó en tono medio jocoso: “¿Cuándo me devolverá mi dinero?”. Y ahí radica el problema. El gobierno de la canciller Angela Merkel no se atreve a explicar a sus compatriotas que será prácticamente imposible que Berlín recupere los miles de millones de euros que Alemania, al igual que otros países de la UE, ha destinado al rescate de Grecia.
Merkel mantiene la ilusión de que sí es posible, siempre y cuando se le apriete suficientemente a los griegos. Lo hace porque cualquier nueva ayuda a Atenas necesitará la aprobación del Bundestag, el Parlamento alemán, donde hay muchas voces escépticas.
Es obvio que recortar gastos y subir impuestos puede mejorar la situación financiera de Grecia a corto plazo, pero no sirve para reactivar su economía y garantizar un crecimiento sostenido. Para eso hacen falta reformas más profundas y estas necesitan tiempo y cierta estabilidad. Imponer más austeridad para que Atenas continúe pagando a sus acreedores lleva a un callejón sin salida. Se debería liberar a los griegos de la losa del pago de los intereses, aunque sean ya muy bajos, y mantener el nominal de la deuda con la condición de que parte del superávit presupuestario se dedique a devolverlo poco a poco. Esto daría al gobierno de Tsipras tiempo para acometer reformas de calado que realmente ayudarían a la economía y a la gente.
Tensar la cuerda puede provocar que Grecia se salga del euro, con lo cual el dinero del contribuyente alemán –y el español, italiano, lituano etc.– estaría definitivamente perdido. Merkel y Schäuble deberían explicárselo bien a los ciudadanos como aquel funcionario que increpó a Varoufakis.

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